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martes, 12 de octubre de 2010

In the autumn of life

Las hojas de los robles gritan en rojo.
Luego se suicidan, exhaustas de tanta pasión.


miércoles, 6 de octubre de 2010

Chickenheart

Si yo fuera Braveheart…otro gallo cantaría. Si fuera Braveheart me pondría la falda a cuadros del uniforme del colegio, me pintaría la cara medio azul y diría todo el rato Todavía no, Todavía noooo, ¡Todavía noooo! ¡AHORAAAAA!.
Pero resulta que no soy Braveheart. En realidad, soy Chickenheart. Vamos, que soy una miedica. Soy una miedica de miedos vulgares. Me da miedo la oscuridad, me da miedo el ruido y me da miedo la soledad. Para compensar la vulgaridad de mis miedos, tengo una imaginación desbordante, lo que convierte mis rutinas en aventuras escalofriantes.
Como ir al baño en la universidad. Fácil ¿no? Pero…¿Y si estoy sola en el edificio? ¿Y si las luces del pasillo están apagadas? ¿Y si se oye un inquietante clac clac al otro lado de la puerta? 
Es hora de armarse de valor, baby. Respiro hondo, me levanto de mi silla, salgo del despacho. Avanzo por el pasillo en penumbra. Mejor dicho, corro por el pasillo en penumbra. Me detengo jadeante delante de la puerta de los aseos. Antes de entrar, miro a ambos lados. Ningún secuestrador a la vista. Abro la puerta, deslizo la mano por la pared intentando encontrar el interruptor de la luz. Sé que es altamente probable que me tope con otra mano, una garra más bien, dura, sucia, viscosa. Sin embargo, por esta vez me salvo. La luz se enciende y yo vigilo la estancia. El lavabo, el secador de manos, las puertas de los aseos, el rincón del fondo, todo en orden. Pero ojo, no bajes la guardia. Piensa, piensa, piensa ¿dónde se esconden los asesinos? Opción 1: Detrás de la puerta que acabas de abrir. Me doy la vuelta de un salto. Pufff. Libre. Opción 2, mucho más aterradora: En los cubículos de los wáteres. Sigilosa, me agacho para asomarme por debajo de las puertas. No se ven pies de asesinos, no, pero eso no quiere decir que el terreno esté libre. Todo el mundo sabe que los asesinos sabían que yo miraría por debajo de la puerta, así que están subidos encima del wáter. No lo pienso más y abro de un manotazo la puerta del primero. Nadie. Me acerco temblando al segundo. Porque si en el primero no había nadie, no hay duda, debe de estar en el segundo. Esta vez podría ser algo peor que un asesino con un cuchillo de palmo y medio en la mano. Esta vez podría haber un cadáver ahorcado colgando sobre el retrete. Adelante, Belén, no flaquees ahora. Manotazo a la puerta. Nada. Suspiro de alivio. Me siento en el wáter. Misión cumplida. Por esta vez me he salvado.
Pero tras unos minutos de tranquilidad, mi cuerpo se vuelve a crispar. Una nueva y peligrosa misión me espera: Volver desde los aseos hasta mi despacho. ¿...no habéis oído ese inquietante clac clac al otro lado de la puerta?